Seleccionar página

El otro día me sorprendió un comentario en una de las clases que participo como parte de equipo de facilitadores (ayudando en los ejercicios, adelantándonos a necesidades de los alumnos…); estando al final de la sala, se empezó a tratar el tema de estrategias de alto rendimiento y, ya que yo había contado recientemente una de las estrategias que estoy poniendo en marcha, salió mi nombre de forma inevitable.

La estrategia que había mencionado horas antes es bien simple, reducir la variedad de ropa que tengo para cada actividad generando de forma consciente cuatro o cinco vestuarios y renunciando a tener prendas que no necesito o termino no utilizando.

Aunque desde hace tiempo tengo todos los perfiles definidos, cambiar todo el vestuario de la noche a la mañana es complicado (bueno, complicado no… ¡caro!). Para aliviar la carga que supone este cambio, he empezado por las camisas -prenda que utilizo más a menudo y que, por lo tanto, necesito cambiar antes- añadiendo únicamente nuevas piezas de color blanco o negro. Reducir la variedad en mi armario, lejos de suponer un esfuerzo, me resulta mucho más sencillo. Tener tan solo camisas blancas y negras simplifica la elección cuando me levanto por la mañana… más simplicidad, rapidez y, de esta manera, puedo destinar recursos a otras cosas más relevantes en mi día a día.

Desde que tengo uso de razón siempre me he preocupado por la mejora sistemática del rendimiento, ya sea jugando a fútbol, saliendo a correr, estudiando o desarrollando un proyecto. En ocasiones esto se torna en una ventaja pero, como casi todo lo que se lleva al extremo, a veces también provoca dolores de cabeza. El caso es que tomar consciencia de que puedes hacer las cosas de forma diferente para cambiar aquello que consigues supone un cambio significativo en tu vida. Independientemente del ámbito en el que estés, seguramente hay una oportunidad para mejorar tu rendimiento, aun cuando esa mejora no es evidente o quizás vaya en contra de lo que ves a simple vista.

El comentario en clase, a parte de poner de manifiesto que puedes diseñar tus propias estrategias para mejorar, me hizo pensar en algo interesante: Cuando hablo de mi interés por la mejora del rendimiento no me paro a pensar en todo aquello que he logrado, mi foco de atención es el proceso y los siguientes pasos a dar, no el resultado ni el camino recorrido. Pero, curiosamente, al sentirme observado por unas cuarenta personas dispuestas a comentar acerca de ello me di cuenta de la importancia de poder observarme desde otra posición. Simplemente oír los comentarios, valoraciones u opiniones de los demás me provocó una sensación de ser capaz de valorar desde fuera, a cierta distancia, aquello que había hecho, aquello que todavía estaba haciendo… y pensé, ¿qué ha sido esto?¿qué ha cambiado?

En el momento la respuesta no era obvia, de hecho tardé un par de días en darme cuenta, pero el cambio, por lo que sentí y pensé durante esos días, residía en haber pasado de un rol de actor principal a uno de observador… pasivo y reflexivo diría. En el momento de posicionarme como observador, había cambiado la perspectiva desde la que analizar los hechos, habían cambiado las sensaciones al respecto e incluso el tono, el timbre y el ritmo de la voz que razonaba eran ligeramente diferentes.

La importancia de la presencia de un observador externo es algo que se ha demostrado a nivel investigador (Schrodinger o Heisenberg por poner solo dos ejemplos), lo saben aquellos que se dedican a la fotografía tanto en la naturaleza como en el estudio y son conscientes de ello educadores, profesores, entrenadores o padres… La presencia de un observador modifica la dinámica del sistema que se observa, no importa que sean escurridizas partículas sub-atómicas, animales en la selva a punto de ser cazados por un hábil fotógrafo o jugadores de baloncesto en un calentamiento esperando el momento de que empiece el partido.

Personalmente, uno de los ámbitos en los que ponerme como observador de mis actos, pensamientos y sensaciones me resulta útil es en el control de conductas que podemos considerar «impulsivas», ya sea relacionado con las compras, la comida, el trabajo, las redes sociales, el ejercicio o cualquier otra que de vez en cuando dispare procesos que deseas cambiar. Cambiar de forma consciente al modo observador ayuda a comprender desde qué estado haces lo que haces.

Los que, como yo, tenemos algún problema en la vista (en mi caso soy muuuy miope) sabemos que cambiar la forma en la que se ven las cosas, a veces es tan fácil como quitarse las gafas… pero, a nivel interno, puede ser igual de sencillo (o más) si se practica. Ver las situaciones con más o menos definición, con más o menos detalle, desde otro punto de vista, con sensaciones diferentes, desde emociones diferentes te puede dar un rango más amplio de información con el que tomar decisiones… y cuantas más opciones tengas, más libre eres de diseñar tu destino como tú quieras.

Después de un rato comentando acerca de mi estrategia, me sentí a gusto con los comentarios sobre ella, al fin y al cabo, ser raro, diferente, especial es algo que me hace sentir bien, siempre ha sido así… pero lo que mejor me hizo sentir mejor fue la sensación que, una vez más, la sala de mandos de mi vida la controlo yo, a veces mejor, a veces peor, a veces demasiado enmimismado o a veces demasiado pendiente de los demás… no soy perfecto, no lo pretendo, pero sé que puedes cambiar, y no solo desde el papel de actor protagonista, también desde el papel del observador.